22 de marzo de 2011.
80 En el monte del ayuno y en la peña de la tentación.
Una alborada hermosísima en un lugar inhóspito. Un alba desde lo alto de un
pronunciado declive montano. Apenas un comienzo de día. En el cielo todavía
quedan estrellas y un arco sutil de luna menguante, como de plata, que persiste
en el terciopelo todavía azul oscuro del cielo.
El monte parece estar aislado, no unido a otras cadenas, pero es un
verdadero monte, no una colina. La cima está mucho más arriba, y, sin embargo,
desde la mitad de la ladera ya se domina un amplio radio de horizonte, signo de
que se ha subido mucho respecto al nivel del suelo. En el aire fresco de la
mañana en que se abre paso la luz incierta blanco-verdosa del alba que cada vez
se hace más clara, comienzan a dibujarse los contornos y detalles que antes se
encontraban sumergidos en esa neblina que precede al día, siempre más cerrada
que una noche porque parece que la luz de los astros, en el paso de la noche al
día, disminuye y - diría - se anula. Así veo que el monte es rocoso y pelado,
hendido por quiebras que forman grutas, cavidades profundas y senos. Un lugar
verdaderamente inhóspito en el que - sólo en los lugares donde se ha depositado
un poco de tierra que ha podido recoger el agua del cielo y conservarla - hay
macollas (por lo general plantas duras, espinosas, escasas de ramas) y bajos y
duros matorrales de unas yerbas que parecen bastoncitos verdes y cuyo nombre
desconozco.
Abajo hay una extensión más árida todavía, plana, pedregosa, cuya sequedad
aumenta cuanto más se acerca a un punto oscuro, mucho más largo que ancho, al
menos cinco veces más largo que ancho, que creo que puede ser un tupido oasis,
nacido entre tanta desolación, debido a aguas subterráneas. Pero, cuando la luz
se hace más viva, veo que no es sino agua, un agua parada, oscura, muerta, un
lago de una tristeza infinita; en esta luz, aún incierta, me hace recordar la
visión del mundo muerto. Parece como si aspirase toda la oscuridad del cielo,
toda la tristeza del suelo que lo rodea, diluyendo en sus aguas paradas el
verde oscuro de las plantas espinosas y de las duras yerbas que durante
kilómetros y kilómetros, a lo largo y a lo alto, son la única decoración del
suelo, y, transformándose en un filtro de hondura lóbrega, la emanase y
expandiese por todo el alrededor. ¡Qué distinto del luminoso, risueño lago de
Genesaret! Hacia arriba, mirando al cielo absolutamente sereno que se hace cada
vez más claro, mirando a la luz que avanza desde Oriente, a borbotones cada vez
más dilatados, el espíritu se alegra. Pero mirando a aquel vastísimo lago
muerto se encoge el corazón. Ningún pájaro surca el espacio sobre sus aguas,
ningún animal hay en sus orillas. Nada.
Mientras estoy mirando esta desolación, me saca de este estado la voz de mi
Jesús: -Hemos llegado a donde quería. Me vuelvo, lo veo a mis espaldas, entre
Juan, Simón y Judas, en la pendiente rocosa del monte, en el punto a que llega
un sendero... sería mejor decir: en el punto en donde un largo trabajo de
aguas, en los meses de lluvia, ha arañado la caliza excavando a lo largo de los
siglos un canal apenas dibujado, para desagüe de las aguas de las cimas, que
ahora es camino para cabras monteses más que para hombres.
Jesús mira a su alrededor y repite: -Sí, aquí os quería
traer. Aquí el Cristo se preparó para su misión. -¡Pero si aquí no hay nada!
-¡No hay nada, tú lo has dicho. -¿Con quién estabas? -Con mi espíritu y con el
Padre. -¡Ah! ¡Estuviste aquí unas pocas horas! -No, Judas, no unas pocas horas,
sino muchos días... -Pero, ¿quién te servía? ¿Dónde dormiste? -Tenía por
siervos a los onagros, que por la noche venían a dormir a su guarida... a ésta,
en donde yo también me había
guarecido... Tenía como siervas a las águilas, que me
decían "es de día" con su áspero grito, saliendo a buscar la presa.
Tenía como amigos las liebrecitas que venían a roer las yerbas silvestres casi
a mis pies... Alimento y bebida para mí eran lo que es alimento y bebida de la
flor silvestre: rocío nocturno, la luz del Sol, no otra cosa.
-Pero, ¿por qué?
-Para prepararme bien, como tú dices, para mi misión. Las
cosas bien preparadas salen bien, tú lo has dicho. Y mi cosa no era la pequeña,
inútil cosa de hacer que brillara Yo, Siervo del Señor, sino de hacer
comprender a los hombres lo que es el Señor y, a través de esta comprensión, hacer
que le amaran en espíritu y verdad. ¡Mísero aquel siervo del Señor que piensa en su
triunfo y no en el de Dios; que trata de sacar partido, que sueña con ponerse
en alto en un trono hecho... ¡oh!, hecho con los intereses de Dios rebajados
hasta el suelo (éstos, que son celestes)! Ya no es siervo, éste, aunque
externamente lo parezca; es un mercader, un traficante, un falso que se engaña
a sí mismo, que engaña a los hombres y que querría engañar a Dios... un
desalmado que se cree príncipe y es esclavo...; es del Demonio, su rey de
embuste. Aquí, en esta guarida, el Cristo, durante muchos días, vivió de
maceraciones y oración para prepararse a su misión. ¿A dónde querrías que
hubiera ido a prepararme, Judas?
Judas está perplejo, desorientado. A1 final responde: -No
sé... Pensaba... con algún rabí... con los esenios... no sé. -¿Y podía Yo
encontrar un rabí que me dijera más que lo que me decía la Potencia y la
Sabiduría de Dios? ¿Y podía Yo -
Yo, Verbo Eterno del Padre, Yo, que era cuando el Padre
creó al hombre, y que sé de qué espíritu inmortal y animado, y de qué poder de
juicio libre y capaz ha dotado el Creador al hombre - podía ir a procurarme
ciencia y capacidad a donde aquellos que niegan la inmortalidad del alma
negando la resurrección final y niegan la libertad de acción del hombre
imputando virtudes y vicios, acciones santas y malvadas, al destino, que
consideran fatal e invencible? ¡No! ¡No!
Tenéis un destino, sí, lo tenéis; en la mente de Dios,
que os crea, hay un destino para vosotros. Os lo desea el Padre y es destino de
amor, de paz, de gloria: "la santidad de ser sus hijos". Éste es el
destino que, presente en la mente divina desde el momento en que con el barro
fue hecho Adán, estará presente hasta la última creación de alma de hombre.
Pero el Padre no os violenta en cuanto se refiere a vuestra condición regia. El
rey, si está prisionero, ya no es rey: es un ser abyecto. Vosotros sois reyes
porque sois libres en vuestro pequeño reino individual, en el yo; en él podéis
hacer lo que queráis, como queráis.
Frente a vuestro pequeño reino y en sus fronteras tenéis
a un Rey amigo y dos potencias enemigas. El Amigo os muestra las reglas dadas
por Él para hacer felices a los suyos. Os las muestra. Os dice: “Aquí están;
con estas reglas es segura la eterna victoria". Os las muestra - Él, el
Sabio y Santo - para que podáis, si queréis hacerlo, practicarlas y obtener
gloria eterna. Las dos potencias enemigas son Satanás y la carne. En la carne
incluyo la vuestra y la del mundo, o sea, las pompas y seducciones del mundo, o
sea, la riqueza, las fiestas, los honores, el poder que del mundo y en el mundo
se tienen, y que no siempre se tienen honradamente, y menos aún se saben usar
honradamente si por un complejo de causas el hombre llega a esas cosas.
Satanás, maestro de la carne y del mundo,
también habla a través de éste y de la carne; también él tiene sus reglas...
¡Oh, que si las tiene!... Y - dado que el yo está envuelto en carne y la carne
tiende a la carne como las limaduras de hierro tienden hacia el imán, y, dado
que el
canto del Seductor es más dulce que el gorgorito del ruiseñor en celo entre
rayos de luna y perfume de rosales - es más fácil ir hacia estas reglas,
volverse hacia estas potencias, decirles:
"Os considero amigas, entrad". Entrad... ¿habéis visto alguna vez a
un aliado que permanezca siempre honesto, sin pedir el ciento por uno a cambio
de la ayuda prestada? Así hacen esas
potencias. Entran... Y se hacen las dueñas. ¿Dueñas? No: cómitres. Os atan, ¡oh
hombres!, a su banco de galera, os encadenan ahí, no os dejan alzar ya el
cuello de su yugo, y su látigo os llena de surcos de sangre, si tratáis de huir
de ellas: o dejarse herir hasta llegar a ser un amasijo de carne hecha pedazos
(tan inútil, como carne, que hasta su cruel pie la desprecia), o morir bajo
ellas.
Si sabéis proporcionaros ese martirio, proporcionaros ese
martirio, entonces pasa la Misericordia, la Única que todavía puede tener
piedad de esa repugnante miseria de la cual el mundo - uno de sus dueños -
siente ahora asco y contra la cual el otro dueño, Satanás, envía sus flechas de
venganza. Y la Misericordia, la única que pasa, se agacha, la recoge, la
atiende, la vuelve a sanar y le dice: "Ven, no temas, no te mires porque
tus llagas, a pesar de haber cicatrizado ya, son tan innumerables que te
causarían horror por lo mucho que te afean. Yo no te las miro, miro tu
voluntad; por esa voluntad buena estás marcada así. Por eso Yo te digo: Te amo,
ven conmigo"... Y la lleva a su Estado. Entonces podéis entender que
Misericordia y Rey amigo son una misma persona. Halláis de nuevo las reglas que
Él os había mostrado y que vosotros no habías querido seguir. Ahora lo
deseáis... y llegáis a la paz: de la conciencia, primero; a la paz de Dios,
después.
Decidme,
entonces, ¿este destino lo impuso
Uno Solo para todos, o cada uno,
individualmente, lo deseó para sí? -Cada uno lo deseó. -Juzgas bien, Simón. ¿Podía
ir Yo a formarme con aquellos que niegan la beata resurrección y el don de
Dios? Aquí vine.
Cogí mi alma de Hijo del hombre y me la labré con los
últimos retoques, terminando el trabajo de treinta años de anonadamiento y de
preparación para ir perfecto a mi ministerio. Ahora os pido que estéis conmigo unos días en esta
guarida. En cualquier caso será una estancia
menos desolada, porque seremos cuatro amigos que luchan contra las tristezas,
los miedos, las tentaciones, las necesidades de la carne; Yo, sin embargo,
estaba solo. En cualquier caso, será
menos penosa, porque ahora es verano y aquí arriba el viento de las cimas
templa el calor; Yo, sin embargo, vine al terminar la luna de Tebet, y el
viento que descendía de las nieves de la cúspide era muy frío. En cualquier caso será menos angustiosa, porque
será más breve, y porque ahora disponemos de esa mínima cantidad de alimento que puede proporcionar alivio a nuestra hambre, y en
los pequeños odres de piel que dije a los pastores que os dieran hay agua
suficiente para estos días de estancia. Yo... Yo necesito arrancar dos almas a
Satanás. Sólo la penitencia lo puede. Os pido ayuda. Supondrá una formación
también para vosotros. Aprenderéis
cómo se arrebatan las presas a Satanás: no tanto con las palabras cuanto
con el sacrificio... ¡Las palabras!... El estrépito satánico impide oírlas...
Toda alma en manos del Enemigo se encuentra envuelta en torbellinos de voces
infernales... ¿Queréis quedaros conmigo? Si no queréis, idos. Yo
me quedo. Nos volveremos a ver en Tecua, junto al mercado.
-No, Maestro, yo no te dejo - dice Juan, mientras Simón al mismo tiempo
exclama: «Tú nos dignificas queriéndonos contigo en esta
redención».
Judas... no me parece muy entusiasta, pero pone buena cara al... destino y
dice: -Yo me quedo. -Tomad entonces los odres y las sacas y llevadlas adentro y
antes de que el sol queme, partid leña y acumuladla junto a
la grieta. La noche aquí es rigurosa incluso en verano, y no todos los
animales son buenos. Vamos a
encender en seguida una
rama... ¡Allí!, de aquella planta de acacia gomosa; quema
bien. Y vamos a mirar entre las fisuras para echar afuera áspides y
escorpiones. ¡Venga, comenzad!...
... El mismo lugar del monte; sólo que ahora es de noche, una noche toda
estrellada, una belleza de cielo nocturno como creo se pueda gozar sólo en
aquellos países ya casi tropicales; estrellas de una amplitud y brillo
maravillosos. Las constelaciones mayores parecen
racimos de brillantes, de claros topacios, de pálidos zafiros, suaves ópalos,
tenues rubíes; titilan, se encienden, se apagan como miradas que el párpado
cela un instante, vuelven a encenderse más hermosas. De vez en cuando una estrella
raya el cielo y desaparece hacia quién sabe qué horizonte: raya de luz que
parece un grito de júbilo estelar por poder volar así a través de esos prados
ilimitados.
Jesús está sentado en la abertura de la cueva, hablando a los tres que
están en círculo con Él. Deben haber hecho fuego, pues en medio del círculo que
forman los cuatro un pequeño cúmulo de ascuas conserva resplandores de brasa y
derrama su reflejo rojo sobre los cuatro rostros.
-Sí, nuestra permanencia aquí ha terminado. Ésta.
La mía duró cuarenta días... Y os digo más: era todavía invierno en estas
pendientes... y no tenía comida. Un poco más difícil que esta vez, ¿no es
verdad? Sé que habéis sufrido también en este tiempo. Lo poco que teníamos y
que os daba no era nada, especialmente para el hambre de los jóvenes; era
suficiente sólo para impedir que languidecierais. El agua, todavía más escasa.
El calor es tórrido durante el día; diréis que no hacía este calor en invierno;
pero sí había un viento seco que bajaba quemando los pulmones desde aquella
cima, y subía desde aquella bajura cargado de polvo desértico, y secaba más aún
que este calor estivo que se puede aliviar sorbiendo el jugo de estos frutos
agraces ya casi maduros. En cambio, entonces, el monte sólo proporcionaba
viento y yerbas quemadas por el hielo en torno a las esqueléticas acacias. No
os he dado todo porque he reservado para el regreso los últimos panes y el
último queso con el último odre... Yo sé lo que fue el regreso, estando
exhausto, en la soledad del desierto... Recojamos nuestras cosas y pongámonos en camino.
La noche es aún más clara que la que nos condujo aquí. No hay luna, pero el
cielo llueve luz. Vamos. Recordad este
lugar, sabed recordar cómo se preparó Cristo y cómo se preparan los apóstoles,
cuál es el modo que enseño de prepararse los apóstoles.
Se ponen en pie. Simón hurga entre las brasas con
una rama. Las reaviva y las extiende con el pie. Echa encima algunas yerbas
secas, y en la llama enciende una rama de acacia que mantiene en alto a la
entrada de la guarida mientras Judas y Juan recogen man-tos, sacas y unos
pequeños odres de piel de los que sólo uno está todavía lleno. Luego apaga la
rama contra la roca, carga su saca y se pone el manto, como todos, atándoselo a
la cintura para que no moleste al andar.
Bajan, sin más palabras, uno detrás de otro, por un sendero inclinadísimo,
espantando a los pequeños animales que están comiendo las pocas yerbas que
todavía resisten el sol. El camino es largo e incómodo. Por fin llegan al
llano. Tampoco es muy cómodo aquí el ca-mino, donde piedras y lascas se mueven,
traidoras, bajo el pie, hiriéndolo incluso, porque la tierra, reducida a polvo,
las oculta y no se pueden evitar; aquí donde matorrales quemados, espinosos,
arañan y dificultan el paso enganchándose en los bajos de las túnicas; pero es
un camino más expedito.
Arriba las estrellas están cada vez más hermosas.
Marchan, marchan, marchan durante horas. La llanura es cada vez más estéril
y triste. Titileos de lascas brillan en ciertas arrugas del terreno, en concavidades
que hay entre las escabrosidades del suelo. Parecen lascas de brillantes
sucios. Juan se agacha a mirarlas.
-Es la sal del subsuelo; está saturado de sal. Aflora con las aguas de
primavera y después se seca. Por eso la vida no resiste aquí. El mar Oriental,
a través de profundas venas, esparce su muerte en muchos estadios a la redonda.
Sólo donde manantiales dulces combaten su acción mordiente es posible encontrar
plantas... y también alivio - explica Jesús.
Siguen caminando hasta que Jesús se para junto a la roca
cóncava en que lo vi tentado por Satanás.
-Detengámonos aquí. Sentaos. Dentro de poco cantará el gallo. Caminamos desde
hace seis horas. Debéis tener hambre, sed y cansancio. Tomad. Comed y bebed
sentados aquí en torno a mí, mientras os digo todavía otra cosa que vosotros
transmitiréis a los amigos y al mundo.
Jesús ha abierto su saca y ha sacado de ella pan y queso, lo corta y lo
distribuye, y de una pequeña calabaza echa en una escudilla agua, y también la
distribuye.
-¿Tú no comes, Maestro?
-No. Yo os hablo. Oíd. Una vez hubo uno, un hombre, que
me preguntó si había sido tentado alguna vez; que me preguntó si no había
pecado nunca; que me preguntó si, en la tentación, no había cedido nunca; y que
se maravilló porque Yo, el Mesías, había solicitado, para resistir, la ayuda
del Padre diciendo: "Padre, no me dejes caer en la tentación"».
Jesús habla despacio, con calma, como si estuviera narrando un hecho
desconocido para todos... Judas baja la cabeza como cohibido, pero los otros
están tan centrados en mirar a Jesús que eso les pasa desapercibido.
Jesús continúa:
-Ahora vosotros, mis amigos, podréis saber lo que sólo atisbó aquel hombre. Después del bautismo - estaba limpio, pero no se
está nunca suficientemente limpio respecto al Altísimo, y la humildad de decir
"soy hombre y pecador" es ya bautismo que hace limpio al corazón -
vine aquí. Me había llamado "el Cordero de Dios" aquel que - santo y
profeta - veía la Verdad y veía bajar al Espíritu sobre el Verbo y ungirle con
su crisma de amor, mientras la voz del Padre llenaba los cielos de su sonido
diciendo: "He aquí a mi Hijo muy amado en quien me he complacido". Tú, Juan,
estabas presente cuando el Bautista repitió las palabras... Después del bautismo, a pesar de estar limpio por naturaleza y
limpio por figura, quise "prepararme". Sí, Judas; mírame, que mis
ojos te digan lo que aún calla la boca. Mírame, Judas. Mira a tu Maestro, que
no se sintió superior al hombre por ser el Mesías y que, antes bien, sabiendo
que era el Hombre, quiso serlo en todo, excepto en condescender al mal.
Eso es. Así.
Ahora Judas ha levantado la cara y mira a Jesús, que está frente a él. La
luz de las estrellas hace brillar los ojos de Jesús como si fueran dos
estrellas fijas en un pálido rostro.
-Para prepararse a ser maestro, hay que haber sido
escolar. Yo, como Dios, sabía todo, con mi inteligencia, incluso, Yo podía
comprender las luchas del hombre, por poder intelectivo e intelectualmente.
Pero un día algún pobre amigo mío, algún pobre hijo mío, habría podido decir y
decirme: "Tú no sabes qué es ser hombre y tener sentido y pasiones". Habría sido un reproche justo. Vine aquí, o mejor, allí, a aquel monte, para prepararme... no sólo a
la misión... sino también a la tentación. ¿Veis? Aquí, donde vosotros estáis,
Yo fui tentado. ¿Por quién? ¿Por un mortal? No. Demasiado débil habría sido su
poder. Fui tentado por Satanás directamente.
Estaba agotado.
Hacía cuarenta días que no comía... Pero, mientras había estado sumergido en la oración, todo se había anulado en la alegría que
significa el hablar con Dios; más que anulado, se había hecho soportable. Lo
sentía como una molestia de la materia, circunscrito a la sola materia... Luego
volví al mundo... a los caminos del mundo... y sentí las necesidades de quien
está en el mundo: tuve hambre, tuve sed, sentí el frío punzante de la noche
desértica, sentí el cuerpo agotado por la falta de descanso y de lecho y por el
largo camino recorrido en condiciones de debilidad tal, que me impedían continuar...
Porque Yo también tengo una carne, amigos, una verdadera
carne, sujeta a las mismas debilidades que tiene toda carne, y con la carne
tengo un corazón. Sí. Del hombre he tomado la primera y la segunda de las tres
partes que le constituyen. He tomado la materia con sus exigencias y lo moral
con sus pasiones. Y, si por voluntad propia he doblegado en el momento de su
nacimiento todas las pasiones no buenas, he dejado que crecieran poderosas como
cedros seculares las santas pasiones del amor filial, del amor patrio, de las
amistades, del trabajo, de todo lo que es óptimo y santo. Aquí sentí nostalgia de mi Madre lejana,
aquí sentí necesidad de que Ella prodigara sus cuidados a mi fragilidad humana,
aquí sentí renovarse el dolor de haberme separado de la única que me amaba
perfectamente, aquí presentí el dolor que me está reservado y el dolor de su
dolor; pobre Mamá, se le agotarán las lágrimas de tantas como deberá esparcir
por su Hijo y por obra de los hombres. Aquí sentí el cansancio del héroe y del
asceta que en una hora de premonición se hace conocedor de la inutilidad de su
esfuerzo... Lloré... La tristeza... reclamo mágico para Satanás. No es pecado
estar tristes si la hora es penosa, es pecado ceder más allá de la tristeza y
caer en inercia o desesperación. Y Satanás enseguida acude cuando ve a uno
caído en languidez de espíritu.
Vino. Bajo apariencia de benigno viandante. Toma siempre formas benignas...
Yo tenía hambre... y tenía mis treinta años en la sangre. Me ofreció su ayuda.
En primer lugar me dijo: "Di a estas piedras que se conviertan en
pan". Pero antes... sí... antes me
había hablado de la mujer... ¡Oh, él sabe hablar de ella, la conoce a fondo! La
corrompió primero, para hacerla su aliada de corrupción. No soy sólo el Hijo de
Dios, soy Jesús, el obrero de Nazaret. A aquel hombre que me hablaba,
preguntándome si conocía tentación, y casi me acusaba de ser injustamente beato
por no haber pecado, le dije: "El acto se aplaca en la satisfacción. La
tentación no rechazada no cae, sino que se hace más fuerte, y a ello concurre
Satanás azuzándola". Rechacé la tentación tanto del hambre de la mujer
como del hambre del pan. Y debéis saber que Satanás me presentaba la
primera - y no estaba equivocado, humanamente hablando - como la mejor aliada
para afirmarse en el mundo.
La Tentación - no vencida por mi respuesta: "no sólo
de sentido vive el hombre" - me habló entonces de mi misión. Quería
seducir al Mesías después de haber tentado al Joven, y me incitó a aniquilar a los indignos ministros del Templo con un
milagro... No se rebaja el milagro, llama del cielo, a hacer de él un círculo
de mimbre con que coronarse... No se
tienta a Dios pidiendo milagros para fines humanos. Esto quería Satanás. El
motivo presentado era el pretexto, la verdad era: "Gloríate de ser el
Mesías"; para llevarme a la otra concupiscencia, la del orgullo.
No vencido por mi "no tentarás al Señor tu
Dios", me insidió con la tercera fuerza de su naturaleza: el oro. ¡Oh, el
oro! Gran cosa el pan y mayor aún la mujer, para quien anhela el alimento o el
placer; grandísima cosa es para el hombre la aclamación de las multitudes...
Por estas tres cosas, ¡cuántos delitos se cometen! ¡Ah!, pero el oro... el
oro... llave que abre, círculo que suelda, es el alfa y el omega de noventa y
nueve de cada cien de las acciones humanas. Por el pan y la mujer, el hombre se
hace ladrón; por el poder, homicida incluso; pero por el oro se hace idólatra.
Satanás, el rey del oro, me ofreció su oro a condición de que lo adorase... Lo
traspasé con las palabras eternas: "Adorarás sólo al Señor
tu Dios".
Aquí, aquí sucedió esto.
Jesús se ha puesto en pie. En el marco de la naturaleza llana que le
circunda y de la luz ligeramente fosforescente que llueve de las estrellas, parece más alto que de costumbre.
También los discípulos se levantan. Jesús sigue hablando, mirando fija e intensamente a
Judas:
-Entonces
vinieron los ángeles del Señor... El
Hombre había vencido la triple batalla. El hombre sabía qué quería decir
ser hombre, y había vencido; estaba exhausto, la lucha había sido más agotadora
que el largo ayuno... Mas el espíritu descollaba en gran medida... Yo creo que ante este completarme como
criatura dotada de cognición se estremecieron los Cielos. Yo creo que desde ese momento vino a mí el
poder de milagros. Había sido Dios. Yo me había hecho el Hombre. Ahora,
venciendo al animal que estaba unido a la naturaleza del hombre, he aquí que Yo
era el Hombre-Dios, lo soy. Como Dios todo lo puedo, como Hombre todo lo
conozco. Haced también vosotros como Yo si queréis hacer lo que Yo hago, y
hacedlo en memoria mía.
Aquel hombre se maravillaba de que hubiera solicitado la ayuda del Padre, y
de que le hubiera rogado que no me dejara caer en tentación, es decir, que no me dejara a merced de la Tentación más
allá de mis fuerzas. Creo que aquel hombre, ahora que sabe, ya no se asombrará.
Actuad también vosotros así, en memoria mía y para vencer como Yo, y no dudéis nunca viéndome fuerte en todas
las tentaciones de la vida, victorioso en las batallas de los cinco sentidos,
del sentido y del sentimiento, sobre mi naturaleza de verdadero Hombre (la que
tengo además de mi naturaleza de Dios). Recordad todo esto.
Os había prometido llevaros a donde hubierais podido conocer al Maestro...
desde el alba de su día (un alba pura como esta que está naciendo) hasta el
mediodía de su vida, aquél del cual me alejé para ir hacia mi humana tarde... Le dije a uno
de vosotros: "Yo también me he
preparado"; ahora veis que era verdad.
Os doy las gracias por haberme hecho compañía en este
retorno al lugar natal y al lugar penitencial. Los primeros contactos con el
mundo me habían nauseado y desilusionado; es demasiado feo. Ahora mi alma está
nutrida de la médula del león: de la fusión con el Padre en la oración y en la
soledad. Puedo volver al mundo para coger de nuevo mi cruz, mi primera cruz de
Redentor, la del contacto con el mundo, con el mundo en el que demasiado pocas
son las almas cuyo nombre es María, cuyo nombre es
Juan...
Ahora escuchad;
tú especialmente, Juan. Volvemos adonde mi Madre y los amigos. Os ruego que no
le habléis a mi Madre de la dureza que han opuesto al amor de su Hijo; sufriría
demasiado. Sufrirá mucho, mucho, mucho... por esta crueldad del hombre... mas
no le presentemos ya desde ahora el cáliz: ¡será muy amargo, cuando le sea dado!; tan amargo que, como un tóxico,
le bajará serpenteando a las entrañas santas y a las venas y se las morderá y
le helará el corazón. ¡Oh!, ¡no digáis a mi Madre que Belén y Hebrón me
rechazaron como a un perro! ¡Tened piedad de Ella! Tú, Simón, eres anciano
y bueno, eres un espíritu de reflexión y sé que no hablarás. Tú, Judas, eres judío, y no hablarás por
orgullo regional. Mas, tú, Juan, tú, galileo y joven, no caigas en el pecado de
orgullo, de crítica, de crueldad. Calla. Más tarde... más tarde a los demás les
dirás cuanto ahora te ruego que calles. También a los demás. Hay ya mucho que
decir de las cosas del Cristo. ¿Por qué añadir lo que es de Satanás contra el
Cristo? Amigos, ¿me prometéis todo esto?
-¡Oh! ¡Maestro! ¡Claro que te lo prometemos, estate
seguro!
-Gracias. Vamos hasta aquel pequeño oasis acariciado
por el camino que lleva al río. Allí hay un manantial, una cisterna llena de
frescas aguas, sombra y verdura. Podremos encontrar alimento y descanso hasta
el anochecer. A la luz de las estrellas nos llegaremos hasta el río, hasta el
vado, y esperaremos a José o nos uniremos a él en el caso de que ya haya
vuelto. Vamos.
Y se ponen en camino, mientras el primer arrebol en el límite del Oriente
dice que un nuevo día nace.
19 de marzo de 2011.
46. Jesús tentado por Satanás en el desierto. Cómo se vencen las tentaciones.
Ante mí la soledad pedregosa que había contemplado a mi izquierda en la visión del bautismo de Jesús en el Jordán. Pero debo haberme adentrado mucho en ella, porque no veo en absoluto el hermoso río lento y azul, ni la vena de hierba que sigue su curso por las dos orillas, como alimentada por aquella arteria de agua. Aquí, sólo soledad, pedruscos, tierra tan abrasada, que ha quedado reducida a polvo amarillento que de vez en cuando el viento levanta en pequeños remolinos que parecen hálito de boca febril por lo seco y calientes que están; muy molestos por el polvo que con ellos penetra en la nariz y en la faringe. Muy raros, algún pequeño matorral espinoso, que ha resistido — quién sabe por qué — en aquella desolación: parecen los restos de mechones de cabellos en la cabeza de un calvo. Arriba, un cielo despiadadamente azul; abajo, el terreno árido; en torno, rocas y silencio. Esto es lo que veo, por lo que a la naturaleza se refiere.
Apoyado en una roca que, por su forma, crea una covacha, y sentado en una piedra que ha sido arrastrada hasta la oquedad, está Jesús. Se resguarda así del sol ardiente. Y el interno consejero me indica que esa piedra, en la que ahora está sentado, es también su reclinatorio y su almohada cuando descansa breves horas envuelto en su manto bajo la luz de las estrellas y el aire frío de la noche. Ahí cerca está la bolsa que le vi tomar antes de salir de Nazaret: todo su haber; por lo flácida que aparece, comprendo que está vacía de la poca comida que en ella había puesto María.Jesús está muy delgado y pálido. Está sentado, con los codos apoyados en las rodillas y los antebrazos hacia fuera, con las manos unidas y entrelazadas por los dedos. Medita. De vez en cuando, levanta la mirada y la dirige a su alrededor y mira al Sol, que está alto, casi a plomada, en el cielo azul. De vez en cuando, y especialmente después de dirigir la mirada en torno a sí y alzarla hacia la luz solar, como con vértigo, cierra los ojos y se apoya en la peña que le sirve de cobijo. Veo aparecer el feo hocico de Satanás. No se presenta de la forma con que nos lo imaginamos: con cuernos, rabo, etc. etc. Parece un beduino envuelto en su vestido y en su gran manto, que se asemeja a un disfraz de dominó. En la cabeza, el turbante, cuyas faldasblancas caen sobre los hombros y a ambos lados de la cara para protegerlos. De manera que, de la cara, puede verse un pequeño triángulo muy moreno, de labios delgados y sinuosos, de ojos negrísimos y hundidos, llenos de destellos magnéticos. Dos pupilas que te leen en el fondo del corazón, pero en las que no lees nada o una sola palabra: misterio. Lo opuesto del ojo de Jesús, también muy magnético y fascinante, que te lee en el corazón, pero en el que tú lees también que en su corazón hay amor y bondad hacia ti. El ojo de Jesús es una caricia en el alma. Este es como un doble puñal que te perfora y quema.
Se acerca a Jesús: -¿Estás sólo? Jesús lo mira y no responde. -¿Cómo es que estás aquí? ¿Te has perdido?. Jesús vuelve a mirarlo y calla. - Si tuviera agua en la cantimplora, te la daría, pero yo también estoy sin ella. Se me ha muerto el caballo y me dirijo a
pie al vado. Allí beberé y encontraré a alguien que me dé un pan. Sé el camino. Ven conmigo. Te guiaré. Jesús ya ni siquiera alza los ojos.
-¿No respondes? ¿Sabes que si te quedas aquí mueres? Ya se levanta el viento. Va a haber tormenta. Ven». Jesús aprieta las manos en muda oración. -¡Ah, entonces eres Tú! ¡Hace mucho que te busco! Y hace mucho que te vengo observando. Desde el momento en que
fuiste bautizado. ¿Llamas al Eterno? Está lejos. Ahora estás en la tierra, entre los hombres. Y sobre los hombres reino yo. Pero, me das pena y quiero ayudarte, porque eres bueno y has venido a sacrificarte por nada. Los hombres te odiarán por tu bondad. No entienden más que de oro, comida y sensualidad. Sacrificio, dolor, obediencia, son para ellos palabras más muertas que esta tierra que tenemos a nuestro alrededor. Son aún más áridos que este polvo. Sólo la serpiente y el chacal pueden esconderse aquí, esperando morder o despedazar a alguno. Vámonos. No merece la pena sufrir por ellos. Los conozco más que Tú.
Satanás se ha sentado frente a Jesús, lo escudriña con su mirada tremenda y sonríe con su boca de serpiente. Jesús sigue callado y ora mentalmente.
Tú desconfías de mí. Haces mal. Yo soy la sabiduría de la Tierra. Puedo ser maestro tuyo para enseñarte a triunfar. Mira: lo importante es triunfar. Luego, cuando uno se ha impuesto, cuando ha engatusado al mundo, puede conducir a éste a donde quiera. Pero primero hay que ser como les gusta a ellos, como ellos. Seducirlos haciéndoles creer que los admiramos y seguimos su pensamiento.
Eres joven y atractivo. Empieza por la mujer, Siempre se debe comenzar por ella. Yo me equivoqué induciendo a la mujer a la desobediencia. Debería haberla aconsejado de otra forma. Habría hecho de ella un instrumento mejor y habría vencido a Dios. Actué precipitadamente. ¡Pero Tú...! Yo te enseño porque un día deposité en tí mi mirada con júbilo angélico y aún me queda un resto de aquel amor, escúchame y usa mi experiencia: búscate una compañera. Adonde Tú no llegues, ella llegará. Eres el nuevo Adán, debes tener tu Eva.
Además, ¿cómo podrás comprender y curar las enfermedades de la sensualidad si no sabes lo que son? ¿No sabes que es ahí donde está el núcleo del que nace la planta de la codicia y del afán de poder? ¿Por qué el hombre quiere reinar? ¿Por qué quiere ser rico, potente? Para poseer a la mujer. Ésta es como la alondra. Tiene necesidad de algo que brille para sentirse atraída. El oro y el poder son las dos caras del espejo que atraen a las mujeres y las causas del mal en el mundo. Mira: detrás de mil delitos de distinta naturaleza, hay al menos novecientos que tienen raíz en el hambre de posesión de la mujer o en la voluntad de una mujer consumida por un deseo que el hombre aún no satisface, o ya no satisface. Ve a la mujer, si quieres saber qué es la vida. Sólo después sabrás atender y curar los males de la Humanidad.
¡Es bonita la mujer! No hay nada más hermoso en el mundo. El hombre tiene el pensamiento y la fuerza. ¡Pero la mujer!... Su pensamiento es un perfume, su contacto es caricia de flores, su gracia es como vino que entra, su debilidad es como madeja de seda o rizo de niño en las manos del hombre, su caricia es fuerza que se vierte en la nuestra y la enciende. El dolor, la fatiga, la aflicción, quedan anulados cuando se está junto a una mujer y ella entre nuestros brazos como un ramo de flores.
Pero, ¡qué tonto soy! Tú tienes hambre y te hablo de la mujer. Tu vigor está exhausto Por ello, esta fragancia de la Tierra, esta flor de la creación, este fruto que da y suscita amor, te parece sin importancia. Pero, mira estas piedras: ¡qué redondeadas son y qué pulidas están, doradas bajo el Sol que cae!; ¿no parecen panes? Tú, Hijo de Dios, no tienes más que decir "quiero", para que se transformen en oloroso pan como el que ahora están sacando del horno las amas de casa para la cena de sus familiares. Y estas acacias tan secas, si Tú quieres, ¿no pueden llenarse de dulces pomos, de dátiles de miel? ¡Sáciate, oh Hijo de Dios! Tú eres el Dueño de la Tierra. Ella se inclina para ponerse a tus pies y quitarte el hambre.
¿Ves cómo te pones pálido y te tambaleas con solo oír nombrar el pan? ¡Pobre Jesús! ¿Estás tan débil, que ya no puedes ni siquiera dominar el milagro? ¿Quieres que lo haga yo en tu lugar? No estoy a tu altura, pero algo puedo. Me quedaré falto de fuerzas durante un año, las reuniré todas, pero te quiero servir porque Tú eres bueno y siempre me acuerdo que eres mi Dios, aunque me haya hecho indigno de llamarte tal. Ayúdame con tu oración para que pueda....
- Calla. No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que viene de Dios.
El demonio siente una sacudida de rabia. Le rechinan los dientes y aprieta los puños; de todas formas, se contiene y transforma su mueca en sonrisa.
- Comprendo, Tú estás por encima de las necesidades de la Tierra y te da repugnancia el servirte de mí. Me lo he merecido. 'Ven, entonces, y ve lo que hay en la Casa de Dios, ve cómo incluso los sacerdotes no rehúsan hacer transacciones entre el espíritu y la carne; porque, al fin y al cabo, son hombres y no ángeles. Cumple un milagro espiritual. Yo te llevo al pináculo del Templo, Tú transfigúrate en belleza allí arriba, y luego llama a las cohortes de ángeles y di que hagan de sus alas entrelazadas alfombra para tus pies y te porten así al patio principal. Que te vean y se acuerden de que Dios existe. De vez en cuando es necesario manifestarse, porque el hombre tiene una memoria muy frágil, especialmente en lo espiritual. Tú sabes qué dichosos se sentirán los ángeles de proteger tu pie y servirte de escalera cuando bajes.
-"No tientes al Señor tu Dios", está escrito.
- Comprendes que tu aparición tampoco mudaría las cosas y el Templo continuaría siendo un mercado y un lugar de corrupción. Tu divina sabiduría sabe que los corazones de los ministros del Templo son un nido de víboras, que se devoran, y devoran, con tal de aumentar su poder. Sólo los doma el poder humano.
Ven entonces. Adórame. Yo te daré la Tierra. Alejandro, Ciro, Cesar, todos los mayores dominadores pasados o vivos serán semejantes a jefes de mezquinas caravanas respecto a tí, que tendrás a todos los reinos de la Tierra bajo tu cetro, y con los reinos todas las riquezas, todas las cosas bellas de la tierra, y mujeres y caballos y soldados y templos. Podrás poner en alto en todas partes tu Signo, cuando seas Rey de los reyes y Señor del mundo. Entonces te obedecerá y venerará el pueblo y el sacerdocio. Todas las castas te honrarán y servirán, porque serás el Poderoso, el Único, el Señor.
¡Adórame aunque sólo sea un momento! ¡Quítame esta sed que tengo de ser adorado! Es la que me ha perdido, pero ha quedado en mí y me quema. Las llamaradas del infierno son aire fresco de la mañana respecto a este ardor que me quema por dentro. Es mi infierno, esta sed. ¡Un momento, un momento sólo, Cristo, Tú que eres bueno! ¡Un momento, aunque sólo sea, de gozo, al eterno Atormentado! Hazme sentir lo que quiere decir ser dios, y me tendrás devoto, obediente como siervo, durante toda la vida, en todas tus empresas. ¡Un momento! ¡Un solo momento, y no te atormentaré más!
Satanás cae de rodillas, suplicando. .
Jesús, por el contrario, se ha levantado. Ha adelgazado en estos días de ayuno y parece aún más alto. Su rostro tiene un terrible aspecto de severidad y potencia, sus ojos son dos zafiros abrasadores, su voz es un trueno que resuena en la oquedad de la roca y se esparce por el pedregal y el llano desolado cuando dice:
- Vete, Satanás. Está escrito:
"Adorarás al Señor tu Dios y a Él sólo servirás".
"Adorarás al Señor tu Dios y a Él sólo servirás".
Satanás, con un alarido de condenado desgarro y de odio indescriptible, sale corriendo (tremendo ver su furiosa, humeante persona). Y desaparece con un nuevo alarido de maldición.
Jesús se sienta cansado, apoyando hacia atrás la cabeza contra la roca. Parece exhausto. Suda.
Pero seres angélicos vienen a mover suavemente el aire con sus alas en el ambiente de bochorno de la cueva, purificándolo y refrescándolo. Jesús abre los ojos y sonríe. No lo veo comer. Yo diría que se nutre del aroma del Paraíso, obteniendo así nuevas fuerzas.
El Sol desaparece por el poniente. Jesús toma su vacío talego y, acompañado por los ángeles que producen una tenue luz suspendidos sobre su cabeza mientras la noche cae rapidísima, se dirige hacia el este, mejor dicho, hacia el nordeste. Ha recuperado su expresión habitual, el paso seguro. Sólo queda, como recuerdo del largo ayuno, un aspecto más ascético en su rostro delgado y pálido y en sus ojos, absortos en una alegría que no es de esta Tierra.
Dice Jesús (a María Valtorta):
- Ayer estabas sin tu fuerza, que es mi voluntad; eras, por tanto, un ser semivivo. He permitido reposar a tus miembros, te he sometido al único ayuno que te pesa: el de mi palabra. ¡Pobre María! Has pasado el Miércoles de Ceniza. En todo sentías el sabor de la ceniza, porque estabas sin tu Maestro. No se me sentía, pero estaba.
mañana, puesto que el ansia es recíproca, te he susurrado en tu duermevela:
Agnus Dei qui tollis peccata mundi, dona nobis pacem"
(Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo, danos la paz),
y te lo he hecho repetir muchas veces y muchas te lo he repetido.
Has creído que iba a hablar sobre esto. No. Primero estaba el punto que te he mostrado y que te voy a comentar. Luego, esta noche, te ilustro este otro.
Has visto que Satanás se presenta siempre con apariencia benévola, con aspecto común. Si las almas están atentas y, sobre todo, en contacto espiritual con Dios, advierten ese aviso que las hace cautelosas y las dispone a combatir las insidias demoníacas. Pero si las almas no están atentas a lo divino, separadas por una carnalidad oprimente y ensordecedora, sin la ayuda de la oración que une a Dios y vierte su fuerza como por un canal en el corazón del hombre, entonces difícilmente se dan cuenta de la celada, y caen en ella, y luego es muy difícil liberarse.
dos vías más comunes que Satanás toma para llegar a las almas son la sensualidad y la gula. Empieza siempre por la materia; una vez que la ha desmantelado y subyugado, pasa a atacar a la parte superior: primero, lo moral (el pensamiento con sus soberbias y deseos desenfrenados); después, el espíritu, quitándole no sólo el amor — que ya no existe cuando el hombre ha substituido el amor divino por otros amores humanos — sino también el temor de Dios. Es entonces cuando el hombre se abandona en cuerpo y alma a Satanás, con tal de llegar a gozar de lo que desea, de gozar cada vez más.
Has visto cómo me he comportado Yo. Silencio y oración. Silencio. Efectivamente, si Satanás lleva a cabo su obra de seductor y se nos acerca, se le debe soportar sin impaciencias necias ni miedos mezquinos. Pero reaccionar: ante su presencia, con entereza; ante su seducción, con la oración.
Es inútil discutir con Satanás. Vencería él, porque es fuerte en su dialéctica. Sólo Dios puede vencerlo. Entonces, recurrir a Dios, que hable por nosotros, a través de nosotros.
Mostrar a Satanás ese Nombre y ese Signo, no tanto escritos en un papel o grabados en un trozo de madera, cuanto escritos y grabados en el corazón. Mi Nombre, mi Signo.
Mostrar a Satanás ese Nombre y ese Signo, no tanto escritos en un papel o grabados en un trozo de madera, cuanto escritos y grabados en el corazón. Mi Nombre, mi Signo.
Rebatir a Satanás únicamente cuando insinúa que es como Dios, rebatirle usando la palabra de Dios; no la soporta.
Luego, después de la lucha, viene la victoria, y los ángeles sirven y defienden del odio de Satanás al vencedor; lo confortan con los rocíos celestes, con la gracia que vierten a manos llenas en el corazón del hijo fiel, con la bendición que acaricia al espíritu.
Hace falta tener la voluntad de vencer a Satanás, y fe en Dios y en su ayuda; fe en la fuerza de la oración y en la bondad del Señor. En ese caso Satanás no puede causar ningún daño.
83 Jesús sufre a causa de Judas, que es
enseñanza viva para los apóstoles de todos los tiempos.
Jesús está en el campo, en una zona de tierras óptimas: magníficas parcelas
de árboles frutales, viñedos espléndidos con racimos cargados de uvas, que
tienden ya a teñirse de oro y de rubí... Está sentado entre frutales comiendo
algo de fruta que le ha ofrecido un campesino.
Quizás poco antes ha estado hablando, porque el campesino dice:
-Me alegro de poder aliviar tu sed, Maestro. Tu discípulo ya nos había
hablado de tu sabiduría, pero aun así nos hemos quedado asombrados al
escucharte. Cerca como estamos de la Ciudad Santa, se va frecuentemente a ella
para vender fruta y verduras. Se sube entonces también al Templo y se escucha a
los rabíes. Pero no hablan, no, como Tú. Uno vuelve diciendo: "Si es así,
¿quién se salva?". Tú, por el contrario... ¡oh, a uno le parece sentir el
corazón aligerado! Un corazón que vuelve a ser niño, aunque se siga siendo
hombre. Soy un hombre rudo... no sé explicarme, pero Tú, sin duda, entiendes.
-Sí. Te entiendo. Quieres decir que, con la seriedad y el conocimiento de
las cosas, propios de quien es adulto, sientes, después de haber escuchado la
Palabra de Dios, que la simplicidad, la fe, la pureza te renacen en el corazón,
y te parece como si volvieras a ser niño, sin culpas ni malicia, con mucha fe,
como cuando de la mano de tu madre subías al templo por primera vez u orabas
sobre sus rodillas. Esto quieres decir.
-Estos sí, exactamente esto. ¡Dichosos vosotros que estáis siempre con El!
- dice luego a Juan, Simón y Judas, que comen jugosos higos, sentados en una
tapia baja. Y termina - Y dichoso yo por tenerte como huésped durante una
noche. Ya no temo ninguna desventura en mi casa, porque tu bendición ha entrado
en ella.
Jesús responde:
-La bendición actúa y dura si los corazones permanecen fieles a la Ley de
Dios y a mi doctrina; en caso contrario, la gracia cesa. Y es justo, porque, si
es verdad que Dios da sol y aire tanto a los buenos como a los malos (para que
vivan y, si son buenos, se hagan mejores, y, si son malos, se conviertan),
también es justo que la protección del Padre se retire para castigo del
malvado, para moverlo con penas a acordarse de Dios.
-¿No es siempre un mal el dolor?
-No, amigo. Es un mal desde el punto de vista humano, pero desde el punto
de vista sobrehumano es un bien. Aumenta los méritos de los justos que lo
sufren sin desesperación y rebelión y que lo ofrendan, ofreciéndose a sí mismos
con su resignación, como sacrificio de expiación por las propias faltas y por
las culpas del mundo; y es también redención para los no justos.
-¡Es tan difícil sufrir!... - dice el campesino, al cual se han unido los
familiares (unos diez entre adultos y niños).
-Sé que el hombre lo encuentra difícil. Y el Padre, sabiendo esto, al
principio no había dado el dolor a sus hijos. El dolor vino por la culpa. Pero,
¿cuánto dura el dolor en la Tierra, en la vida de un hombre? Poco tiempo,
siempre poco aunque durase toda la vida. Ahora bien, Yo digo: ¿No es mejor
sufrir durante poco tiempo que siempre?, ¿no es mejor sufrir aquí que en el
Purgatorio? Pensad que el tiempo allí se multiplica por mil. ¡Oh!, en verdad os
digo que no se debería maldecir sino bendecir el sufrimiento, y llamarlo
"gracia", y llamarlo "piedad".
-Nosotros bebemos tus palabras, Maestro, como un sediento en verano bebe
agua con miel, sacada de fresca ánfora! ¿Te vas realmente mañana, Maestro?
-Sí, mañana. Pero volveré, para darte las gracias por cuanto has hecho por
mí y por los míos, y para pedirte otra vez un pan y descanso.
-Eso siempre lo encontrarás aquí, Maestro. Se acerca un hombre con un
borrico cargado de verduras. -Mira, si tu amigo quiere partir... mi hijo va a
Jerusalén para el gran mercado de la Parasceve. -Ve, Juan. Tú sabes lo que
debes hacer. Dentro de cuatro días nos volveremos a ver. Mi paz sea contigo -
Jesús abraza a
Juan y lo besa. Simón también hace lo mismo. -Maestro - dice Judas - si lo
permites, voy con Juan. Me urge ver a un amigo. Todos los sábados está en
Jerusalén. Iría
con Juan hasta Betfagé y luego iría por mi cuenta... Es un amigo de casa...
ya sabes... mi madre me dijo... -No te he preguntado nada, amigo.
-Me llora el corazón al tener que dejarte. Pero dentro de cuatro días
estaré de nuevo contigo, y seré tan fiel que hasta te resultaré pesado.
-Ve. Para el alba de dentro de cuatro días estad en la Puerta de los Peces.
Adiós, y que Dios te asista. Judas besa al Maestro y se marcha a poca distancia
del borrico, que trota por el camino polvoriento. Cae la tarde sobre la
campiña, que se hace silenciosa. Simón observa cómo trabajan los hortelanos
regando sus
parcelas. Jesús permanece un tiempo en donde estaba. Luego se levanta, va
hacia la parte de atrás de la casa, se adentra entre
los árboles frutales, se aísla. Va hasta una parte muy tupida en la cual
robustos granados se entrecruzan con matas bajas - yodiría que son de uva
crespa, pero no lo sé con seguridad, porque ya no tienen frutos y conozco poco
la hoja de esta planta. Jesús se esconde detrás, se arrodilla, ora... y luego
se inclina hacia la hierba, con el rostro contra el suelo, y llora (me lo dicen
sus suspiros profundos y quebrados): es un llanto desconsolado; sin sollozos,
pero muy triste.
Pasa el tiempo. La luz es ya crepuscular, pero aún no hay tanta oscuridad
como para no poder ver. En este marco de escasa luz, se ve sobresalir por
encima de una mata la cara fea pero honesta de Simón. Mira, busca, y distingue
la forma replegada sobre sí del Maestro, todo cubierto por el manto azul oscuro
que lo confunde casi con las sombras del suelo; sólo resaltan la cabeza rubia,
apoyada sobre las muñecas, y las manos unidas en oración, que sobresalen por
encima de aquélla. Simón mira con esos ojos suyos un tanto saltones. Comprende
que Jesús está triste, por los suspiros que emite, y su boca de labios
abultados y violáceos se abre:
-¡Maestro! Jesús alza el rostro. -¿Lloras, Maestro? ¿Por qué? ¿Me permites
acercarme? El rostro de Simón está lleno de asombro y pena. Es, decididamente,
un hombre feo. A las facciones no bellas, al
colorido olivastro oscuro, se une el bordado azulino y hoyado de las
cicatrices que su mal le ha dejado. Pero tiene una mirada tan buena, que
desaparece la fealdad.
-Ven, Simón, amigo. Jesús se ha sentado en la hierba. Simón se sienta cerca
de Él. -¿Por qué estás triste, Maestro mío? Yo no soy Juan y no sabré darte
todo lo que te da él. Pero deseo darte todo el
consuelo; siento sólo un dolor: el de ser incapaz de hacerlo. Dime: ¿Te he
disgustado en estos últimos días hasta el punto de que te abata el tener que
estar conmigo?
-No, amigo bueno. No me has disgustado jamás desde el momento en que te vi.
Y creo que nunca serás para mí motivo de llanto.
-¿Entonces, Maestro? No soy digno de que te confíes a mí, pero, por la
edad, casi podría ser padre tuyo, y Tú sabes qué sed de hijos he tenido
siempre... Deja que te acaricie como si fueras un hijo y que te haga, en esta
hora de dolor, de padre y de madre. Es de tu Madre de quien Tú tienes necesidad
para olvidar muchas cosas...
-¡Oh, sí, es de mi Madre!
-Pues déjale a tu siervo la alegría de consolarte, en espera de poder
consolarte en Ella. 'Tú lloras, Maestro, porque ha habido uno que te ha
disgustado. Desde hace días tu rostro es como sol ensombrecido por nubes. Yo te
observo. Tu bondad cela tu herida, para que nosotros no odiemos al que te
hiere; pero esta herida duele y te produce náusea. Dime, Señor mío: ¿Por qué no
alejas de ti la fuente del dolor?
-Porque es inútil humanamente y además sería anticaridad.
-¡Ah! ¡Te has dado cuenta de que hablo de Judas! Es por él por quien
sufres. ¿Cómo puedes Tú, Verdad, soportar a ese embustero? Él miente y no
cambia de color; es más falso que un zorro, más compacto que un peñasco. Ahora
se ha ido. ¿A hacer qué? Pero, ¿cuántos amigos tiene? Me duele dejarte; si no,
querría seguirlo y ver... ¡Oh! ¡Jesús mío! Ese hombre... Aléjalo de ti, Señor mío.
-Es inútil. Lo que debe ser será. -¿Qué quieres decir? -Nada especial. -Tú
no te has opuesto a que se marche porque... porque te has asqueado de su modo
de actuar en Jericó. -Es verdad, Simón. Yo te sigo diciendo: Lo que debe ser
será. Y Judas es parte de este futuro. Debe estar también él. -Juan me ha dicho
que Simón Pedro es todo autenticidad y fuego... ¿Lo podrá soportar a éste?
-Lo debe soportar. También Pedro está destinado a ser una parte, y Judas es
el cañamazo en el que debe tejer su parte; o, si lo prefieres, es la escuela en
que Pedro más madurará. Ser bueno con Juan, entender a los espíritus como Juan,
es virtud hasta de los tontos. Pero ser bueno con quien es un Judas, y saber
entender a los espíritus como los de Judas, y ser médico y sacerdote para
ellos, es difícil: Judas es vuestra enseñanza viviente.
-¿La nuestra?
-Sí. La vuestra. El Maestro no es eterno sobre la Tierra. Se
irá después de haber comido el más duro pan y haber bebido el más agrio vino.
Pero vosotros os quedaréis para continuarme... y debéis saber. Porque el mundo
no termina con el Maestro, sino que continúa después, hasta el retorno final
del Cristo y el juicio final del hombre. Y, en verdad te digo que por un Juan,
un Pedro, un Simón, un Santiago, Andrés, Felipe, Bartolomé, Tomás, hay al menos
otras tantas veces siete Judas. ¡Y más, más aún!...
Simón reflexiona y calla. Luego dice: -Los pastores son buenos. Judas los
desprecia. Yo los amo. -Yo los amo y los ensalzo. -Son almas sencillas, como te
agradan a ti. -Judas ha vivido en una ciudad. -Es su única disculpa. Pero
muchos han vivido en una ciudad y sin embargo... ¿Cuándo piensas venir donde mi
amigo? -Mañana, Simón. Y con mucho gusto, porque estamos tú y Yo solos. Creo
que será un hombre culto y experimentado
como tú. -Y sufre mucho... en el cuerpo y, más aún, en el corazón.
Maestro... quisiera pedirte una cosa: si no te habla de sus
tristezas, no le preguntes sobre su casa. -No lo haré. Yo soy para quien
sufre, pero no fuerzo las confidencias; el llanto tiene su pudor. -Y yo no lo
he respetado... Pero es que me has dado tanta pena...
-Tú eres mi amigo y ya le habías dado un nombre a mi dolor. Yo para tu
amigo soy el Rabí desconocido. Cuando me conozca... entonces... Vamos. La noche
ha llegado. No hagamos esperar a los huéspedes, que están cansados. Mañana al
alba iremos a Betania.
Jesús dice luego (a María Valtorta a quien seudónimamente llamaba “pequeño
Juan”: -Pequeño Juan, ¡cuántas veces he llorado, rostro en tierra, por los
hombres! ¿Y vosotros quisierais ser menos que Yo? También para vosotros, los
buenos están en la proporción que había entre los buenos y Judas. Y cuanto más
bueno es
uno, más sufre por ello. Pero también para vosotros - y esto lo digo
especialmente para aquellos que han sido designados para el cuidado de los
corazones - es necesario aprender estudiando a Judas. Todos sois
"Pedros", vosotros, sacerdotes, y debéis atar y desatar; pero,
¡cuánto, cuánto, cuánto espíritu de observación, cuánta fusión en Dios, cuánto
estudio vivo, cuántas comparaciones con el método de vuestro Maestro debéis
hacer para serlo como debéis!
A alguno le parecerá inútil, humano, imposible cuanto ilustro. Son los de
siempre, los que niegan las fases humanas de la vida de Jesús, y de mí hacen
una cosa tan fuera de la vida humana que soy sólo cosa divina. ¿Dónde queda
entonces la Santísima Humanidad, dónde el sacrificio de la Segunda Persona
vistiendo una carne? ¡Pues verdaderamente era Hombre entre los hombres! Era el
Hombre, y por tanto sufría viendo al traidor y a los ingratos, y por tanto
gozaba con quien me quería o a mí se convertía, y por tanto me estremecía y
lloraba ante el cadáver espiritual de Judas. Me estremecí y lloré ante el amigo
muerto, (Lázaro), pero sabía que lo llamaría a la vida y gozaba viéndolo ya con
el espíritu en el Limbo. Aquí... aquí estaba frente al Demonio. Y no digo más.
Tú sígueme, Juan. Demos a los hombres también este don. ¡Bienaventurados
los que escuchan la Palabra de Dios y se esfuerzan en cumplirla!
¡Bienaventurados los que quieren conocerme para amarme! En ellos y para ellos,
Yo seré bendición. 96 Jesús responde a la
acusación de haber curado en sábado a la Beldad de Corazín
Jesús está en Betsaida. Habla de pie en la barca en que ha venido, que está
casi encallada en la arena de la orilla, atada a una estaca de un pequeño
espigón rudimentario. Mucha gente, sentada en semicírculo sobre la arena, lo
está escuchando. Jesús acaba de empezar su discurso.
«... En esto veo que me amáis también vosotros los de Cafarnaúm, que me
habéis seguido dejando negocios y comodidades con tal de oír la palabra que os
adoctrina. Sé también que ello, más que el hecho de dejar de lado esos negocios
- con el consiguiente perjuicio a vuestra bolsa - os acarrea burlas e incluso
menoscabo social. Sé que Simón, Elí, Urías y Joaquín se muestran contrarios a
mí; hoy contrarios, mañana enemigos. Y os digo - porque no engaño a nadie, ni
quiero engañaros a vosotros, mis fieles amigos - que, para perjudicarme, para
proporcionarme dolor, para vencerme aislándome, ellos, los poderosos de Cafarnaúm,
usarán todos los medios... Tanto insinuaciones como amenazas, tanto el escarnio
como la calumnia. Todo usará el Enemigo común para arrancar almas a Cristo
convirtiéndolas en presa propia. Os digo: Quien persevere se salvará; mas os
digo también: Quien ame más la vida y el bienestar que la salud eterna es libre
de marcharse, de dejarme, de ocuparse de la pequeña vida y del transitorio
bienestar. Yo no retengo a nadie.
E1 hombre es un ser libre. Yo he venido a liberar aún más al hombre.
Liberarlo del pecado - para el espíritu - y de las cadenas: una religión
deformada, opresiva, que no hace sino sofocar bajo ríos de cláusulas, de
palabras, de preceptos, la verdadera palabra de Dios, limpia, concisa,
luminosa, fácil, santa, perfecta. Mi venida es criba de las conciencias. Yo
recojo mi trigo en la era y lo trillo con la doctrina de sacrificio y lo cierno
con el cernedor de su propia voluntad. La cascarilla, el sorgo, la veza, la
cizaña, volarán ligeros e inútiles, para caer pesados y nocivos y ser alimento
de volátiles; en mi granero no entrará sino el trigo selecto, puro,
consistente, bueno. El trigo son los santos.
Desde hace siglos existe un duelo entre el Eterno y Satanás. Satanás,
enorgullecido por su primera victoria sobre el hombre, le dijo a Dios:
"Tus criaturas serán mías para siempre. Ni siquiera el castigo, ni la Ley
que quieres darles, nada, las hará capaces de ganarse el Cielo, y esta Morada
tuya, de la cual me expulsaste (a mí, que soy el único inteligente entre los
seres creados por ti), esta Morada, se te quedará vacía, inútil, triste como
todas las cosas inútiles". Y el Eterno respondió al Maldito: "Podrás
esto mientras tu veneno, solo, reine en el hombre. Pero Yo mandaré a mi Verbo y
su palabra neutralizará tu veneno, sanará los corazones, los curará de la
demencia con que los has manchado o convertido en diablos, y volverán a Mí.
Como ovejas que, descarriadas, vuelven a encontrar al pastor, volverán a mi
Redil, Y el Cielo será poblado: para ellos lo he hecho. Rechinarán tus
horribles dientes de impotente rabia, allí, en tu hórrido reino, prisionero y
maldito; sobre ti los ángeles volcarán la piedra de Dios y la sellarán.
Tinieblas y odio os acompañarán a ti y a los tuyos; los míos tendrán, sin
embargo, luz y amor, canto y beatitud, libertad infinita, eterna,
sublime". Satanás, con risotada burlesca juró: `Juro por mi Gehena que
vendré cuando llegue la hora. Omnipresente estaré junto a los evangelizados, y
veremos si eres Tú el vencedor o lo soy yo".
Sí, para cribaros, Satanás os insidia y Yo os rodeo. Los contendientes
somos dos: Yo y él; vosotros estáis en el medio. El duelo del Amor y el Odio,
de la Sabiduría y la Ignorancia, de la Bondad y el Mal, está sobre vosotros y
en torno a vosotros. Yo soy suficiente para repeler los malvados golpes
dirigidos a vosotros. Me coloco en medio entre el arma satánica y vuestro ser y
acepto ser herido en lugar de vosotros, porque os amo. Pero, en vuestro
interior, vosotros debéis repeler, con vuestra voluntad,los golpes, corriendo
hacia mí, poniéndoos en mi Camino, que es Verdad y Vida. Quien no anhela el
Cielo no lo tendrá. Quien no es apto para ser discípulo del Cristo será como
cascarilla ligera que el viento del mundo se llevará consigo. Los enemigos del
Cristo son semilla nociva que renacerá en el reino satánico.
Sé por qué habéis venido, vosotros de Cafarnaúm. Y tengo la conciencia tan
libre del pecado que se me atribuye - y en nombre del cual, inexistente, se me
murmura a mis espaldas, insinuándoos que oírme y seguirme significa complicidad
con el pecador -, que no temo dar a conocer la razón de ello a estos de
Betsaida.
Entre vosotros, habitantes de Betsaida, hay algunos ancianos que no se han
olvidado, por distintas razones, de la Beldad de Corazín; hay hombres que
pecaron con ella, hay mujeres que por su causa lloraron. Lloraron y - aún no
había venido Yo a decir: "¡Amad a quien os perjudica!" - lloraron,
para después regocijarse cuando vinieron a saber que la había mordido la
podredumbre que rezumaba de sus entrañas impuras hacia afuera de su espléndido
cuerpo, figura de aquella lepra más grave que le había roído su alma de
adúltera, homicida y meretriz. Adúltera setenta veces siete, con cualquiera,
con tal de que tuviese el nombre "hombre" y tuviese dinero. Homicida
siete veces siete de sus concepciones ilegítimas; meretriz sólo por vicio, ni
siquiera por necesidad.
¡Os comprendo, esposas traicionadas! Comprendo vuestro regocijo, cuando se
os dijo: "Las carnes de la Beldad están más fétidas y descompuestas que
las de un animal muerto tendido en la cuneta de una vía transitada, presa de
cuervos y gusanos". Mas Yo os digo: sabed perdonar. Dios ha llevado a cabo
vuestra venganza; luego ha perdonado. Perdonad también vosotras. Yo la he
perdonado en vuestro nombre, porque sé que sois buenas, mujeres de Betsaida que
me saludáis gritando: "¡Bendito sea el Cordero de Dios! ¡Bendito el que
viene en nombre del Señor!". Si soy Cordero y me reconocéis como tal, si
vengo a estar entre vosotras -Yo, Cordero -, vosotras debéis transformaros
todas en ovejas mansas, incluso aquellas a las que un lejano, ya lejano dolor
de esposa traicionada, inviste de instintos como los de una fiera que defiende
su guarida. Yo, siendo Cordero, no podría permanecer entre vosotras si os
comportarais como tigres y hienas.
Aquel que viene en el Nombre santísimo de Dios a recoger a justos y a
pecadores para conducirlos al Cielo ha ido también adonde la arrepentida y le
ha dicho: "Queda limpia. Ve. Expía". Esto lo ha hecho en sábado. De
esto se me acusa. Acusación oficial. La segunda acusación es el hecho de
haberme acercado a una meretriz – una mujer que fue meretriz; en ese momento no
era sino un alma que lloraba su pecado -.
Pues bien, digo: Lo he hecho y seguiré haciéndolo. Traedme el Libro,
escrutadlo, estudiadlo, desentrañad su contenido. Encontrad, si os resulta
posible, un punto que prohíba al médico atender a un enfermo, a un levita
ocuparse del altar, a un sacerdote no escuchar a un fiel... sólo porque sea
sábado. Yo, si lo encontráis y me lo mostráis, diré, dándome golpes de pecho: "Señor,
he pecado en tu presencia y en presencia de los hombres. No soy digno de tu
perdón, pero si Tú quieres mostrarte compasivo con tu siervo, te bendeciré
mientras dure mi soplo vital". Porque esa alma era una enferma, y los
enfermos tienen necesidad del médico; era un altar profanado y tenía necesidad
de ser purificado por un levita; era un fiel que se dirigía a adorar al Templo
verdadero del Dios verdadero y tenía necesidad del sacerdote que en él le
introdujera. En verdad os digo que Yo soy el Médico, el Levita, el Sacerdote.
En verdad os digo que, si no cumplo con mi deber perdiendo siquiera una sola de
las almas que sienten anhelo de salvación, no salvándola, Dios Padre me pedirá
cuentas y me castigará por esta alma perdida.
Este sería mi pecado, según los grandes de Cafarnaúm; habría podido
esperar, para hacerlo, al día siguiente del sábado. Sí. Pero, ¿por qué retardar
otras veinticuatro horas la readmisión en la paz de Dios de un corazón
contrito? En ese corazón había humildad verdadera, cruda sinceridad, dolor
perfecto. Yo leí en ese corazón. La lepra estaba todavía en su cuerpo, mas el
corazón ya no la padecía debido al bálsamo de años de arrepentimiento, de
lágrimas, de expiación. Ese corazón, para que Dios se acercara a él - sin que
esta cercanía contaminase el aura santa que circunda a Dios -, no tenía
necesidad sino de que Yo volviera a consagrarlo. Lo he hecho. Ella salió del
lago limpia en la carne, sí, pero aún más limpia en el corazón.
¡Cuántos, cuántos de los que han entrado en las aguas del Jordán
obedeciendo al mandato del Precursor no han salido tan limpios como ella!
Porque el bautismo de éstos no era el acto voluntario, sentido, sincero, de un
espíritu que deseara prepararse a mi venida, sino sólo una forma de aparecer
perfectos en santidad ante los ojos del mundo; por tanto, era hipocresía y
soberbia: dos culpas que aumentaban el cúmulo de culpas preexistentes en su
corazón. El bautismo de Juan no es más que un símbolo. Os quiere decir:
"Limpiaos de la soberbia humillándoos llamándoos pecadores; de las
lujurias, lavándoos sus escorias". Es el alma la que debe ser bautizada
con vuestra voluntad, para estar limpia en el banquete de Dios. No existe
ninguna culpa tan grande que no pueda ser lavada, primero por el
arrepentimiento, luego por la Gracia, finalmente por el Salvador. No hay
pecador tan grande que no pueda alzar el rostro humillado y sonreír a una
esperanza de redención. Es suficiente su completitud en la renuncia a la culpa,
su heroicidad en el resistir a la tentación, su sinceridad en la voluntad de
renacer.
Voy a manifestaros una verdad que a mis enemigos les parecería una
blasfemia; pero vosotros sois mis amigos. Hablo especialmente para vosotros,
mis discípulos ya elegidos, aunque también para todos los que me estáis
escuchando. Os digo que los ángeles, espíritus puros y perfectos, que viven en
la luz de la Santísima Trinidad, gozosos en ella, dentro de su perfección,
padecen - y así lo reconocen - una inferioridad respecto a vosotros, hombres
lejanos del Cielo. Su inferioridad es el no poderse sacrificar, no poder sufrir
para cooperar en la redención del hombre. Y - ¿qué os parece? - Dios no toma a
un ángel suyo para decirle "sé el Redentor de la Humanidad", sino que
toma a su Hijo. Y sabiendo que, a pesar de ser incalculable el Sacrificio e
infinito su poder, todavía le falta algo - y es bondad paterna que no quiere
hacer diferencia entre el Hijo de su amor y los hijos de su poder - a la suma
de los méritos destinados a ser contrapuestos a la suma de los pecados que de
hora en hora la Humanidad acumula; sabiendo esto, no toma a otros ángeles para
colmar la medida y no les dice "sufrid para imitar al Cristo", sino
que os lo dice a vosotros, a vosotros, hombres. Os dice: "Sufrid,
sacrificaos, sed semejantes a mi Cordero, sed corredentores...". ¡Oh...,
veo cohortes de ángeles que, dejando por un instante de volar en el éxtasis
adorante en torno al Fulcro Trino, se arrodillan, vueltos hacia la tierra, y
dicen: "¡Benditos vosotros, que podéis sufrir con Cristo y por el eterno
Dios nuestro y vuestro!
Muchos no comprenderán todavía esta grandeza; es demasiado superior al
hombre. Pero cuando la Hostia sea inmolada, cuando el Trigo eterno torne a la
vida para nunca más morir, después de recogerlo, trillarlo, mondarlo y
sepultarlo en las entrañas de la tierra, entonces vendrá el Iluminador
superespiritual e iluminará a los espíritus (incluso a los más obtusos, que, a
pesar de serlo, hayan permanecido fieles al Cristo Redentor). Entonces
comprenderéis que no he blasfemado, sino que os he anunciado la más alta
dignidad del hombre: la de ser corredentor, a pesar de que antes no fuera más
que un pecador. Mientras tanto preparaos a ella con pureza de corazón y de
propósitos. Cuanto más puros seáis, más comprenderéis; porque la impureza - del
tipo que sea - es en todo caso humo que obnubila y grava vista e intelecto.
Sed puros. Comenzad a serlo por el cuerpo para pasar al espíritu. Comenzad
por los cinco sentidos para pasar a las siete pasiones. Comenzad por el ojo,
sentido que es rey y que abre el camino a la más mordiente y compleja de
las hambres. El ojo ve la carne de la mujer y apetece la carne. El ojo ve la
riqueza de los ricos y apetece el oro. El ojo ve la potencia de los gobernantes
y apetece el poder. Tened ojo sereno, honesto, morigerado, puro, y tendréis
deseos serenos, honestos, morigerados y puros. Cuanto más puro sea vuestro ojo,
más puro será vuestro corazón. Estad atentos a vuestro ojo, ávido
descubridor de los pomos tentadores. Sed castos en las miradas, si queréis ser
castos en el cuerpo. Si tenéis castidad de carne, tendréis castidad de riqueza
y de poder; tendréis todas las castidades y seréis amigos de Dios. No temáis
ser objeto de burlas por ser castos, temed sólo ser enemigos de Dios.
Un día oí decir: "El mundo se burlará de ti, considerándote mentiroso
o eunuco, si muestras no tender hacia la mujer". En verdad os digo que
Dios ha puesto el vínculo matrimonial para elevaros a imitadores suyos
procreando, a ayudantes suyos poblando los Cielos. Pero existe un estado más
alto, ante el cual los ángeles se inclinan viendo su sublimidad sin poderla
imitar. Un estado que, si bien es perfecto cuando dura desde el nacimiento
hasta la muerte, no se encuentra cerrado para aquellos que, no siendo ya
vírgenes, arrancan su fecundidad, masculina o femenina, anulan su virilidad
animal para hacerse fecundos y viriles sólo en el espíritu. Se trata del
eunuquismo sin imperfección natural ni mutilación violenta o voluntaria, el
eunuquismo que no impide acercarse al altar; es más, que, en los siglos venideros,
servirá al altar y estará en torno a él. Es el eunuquismo más elevado, aquel
cuyo instrumento amputador es la voluntad de pertenecer a Dios sólo, y
conservarle castos el cuerpo y el corazón para que eternamente refuljan con la
candidez que el Cordero aprecia.
He hablado para el pueblo y para los elegidos de entre el pueblo. Ahora,
antes de entrar a partir el pan y condividir la sal en la casa de Felipe, os
bendigo a todos; a los buenos, como premio; a los pecadores, para animarlos a
acercarse a Aquel que ha venido a perdonar. La paz sea con todos vosotros.
Jesús desciende de la barca y pasa entre la multitud que se le agolpa en
torno. En la esquina de una casa está todavía Mateo, quien ha escuchado desde
allí al Maestro, no atreviéndose a más. Cuando llega a ese punto, Jesús se
detiene y, como bendiciendo a to-dos, bendice una vez más, mira a Mateo, y
luego reprende la marcha entre el grupo de los suyos, seguido por el pueblo; y
desaparece en una casa.
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